

El talón de Aquiles de Yago Lamela
Antonio Marzal | 10 mayo 2014
Poco a poco se disipan los tóxicos rumores vertidos sobre la muerte de Yago Lamela. Pero para quien no lo sepa, este asturiano saboreó las mieles del éxito con tan sólo 21 años y, tras una serie de lesiones fortuitas, tuvo que abandonar su gran sueño: obtener una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Fue el mejor atleta de salto de longitud de España, tenía un futuro brillante y muy prometedor pero el destino tenía otros planes. Nadie sabía la aciaga suerte, tanto dentro como fuera de la pista, que la vida le iba a deparar. Falleció el pasado 8 de mayo.
Hasta el 2004 se mantuvo en lo alto, en la cresta de la ola pero en ese momento las lesiones comenzaron a lastrar sus ilusiones. Ese mismo año comenzó a padecer un dolor muy intenso en su tendón de Aquiles, el titán despojado de su divinidad sentía una sensación muy humana recorriendo su espinazo: un dolor insoportable, insoportable para una persona a la que le va la vida en ello. Es cierto que pasó por todo un calvario, por una infinidad de operaciones y que su camino hacia el Olimpo se estaba convirtiendo en toda una odisea pero también es cierto que nunca se hubiera quitado la vida por ello. Tenía la insistencia propia de un ganador, de un campeón al que le cuesta asimilar que su tiempo ya pasó. No olvidemos que su palmarés estaba repleto de medallas, ya que estamos hablando de uno de los mejores deportistas que ha dado el salto de longitud español.
Finalmente, con mucha tristeza y rabia, se retiró. La tortuosa carrera del saltador llegó a su fin dejando un récord europeo de salto de longitud en pista cubierta. Pero en 2009 el alemán Sebastian Bayer se lo arrebató. Es lo que ocurre en el deporte, el mar entra en la playa y borra lo que hubiera escrito en la arena. El presente se impone al pasado y todo continúa fluyendo.
La insatisfacción personal, la presión a la que se vio sometido a lo largo de tanto tiempo, los trastornos depresivos y la melancolía al echar la vista atrás minaron su estado de ánimo. Dicen que jamás logró recuperarse, pero no es cierto. En 2011 ingresó en un centro psiquiátrico y últimamente, según aseguran familiares y amigos, estaba muy animado y recuperado. Incluso había vuelto a sonreír y hablaba con entusiasmo de sus planes de futuro.
Mucha gente apunta que se suicidó porque no pudo aguantar la caída, el paso a la rutina de un deportista de élite acostumbrado a pulverizar los récords de todo el mundo. La realidad es bien distinta, porque Yago era un ganador que pese a que estaba acostumbrado al sufrimiento y a las lesiones jamás hubiera tirado la toalla. La autopsia así lo revela, Yago Lamela murió de un infarto de miocardio. Todos los rumores con respecto a un suicidio caen por su propio peso ante las pruebas forenses. El morbo y el amarillismo que últimamente inunda la red por fin toca su fin.
Desde aquí le mando mi más sincero abrazo a su familia y amigos, como humilde seguidor de su trayectoria desde que lo vi por primera vez volar en el foso, un 8 de marzo de 1999 cuando yo sólo tenía ocho años. 8,56 metros de longitud. Una gesta propia de un héroe más que de un hombre.
Lamento mucho tu pronta marcha, descansa en paz Yago.