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El día que murió el fútbol

 

 

 

 

 

Antonio Marzal | 26 abril 2014

 

El día que murió el fútbol se llevó consigo una parte de mí. Yo, aunque nadie lo crea, fui un muchacho con una pelota de cuero pegada al pie durante toda su infancia. Amabas el juego, la técnica que nacía de las botas, la estrategia, el contraataque y hasta el rebote del esférico contra el larguero. Jamás te planteaste un futuro lejos de esto, aunque lo cierto es que a esa edad el mañana resulta tan lejano que no termina de llegar nunca. Pero un día llega, sin avisar siquiera. Y en el trayecto hacia ningún lado donde observas cómo aquello que tanto amas cambia, se retuerce y se distorsiona al tiempo que tú también lo haces. ¿Qué fuimos y, lo que es más importante, en qué narices nos hemos convertido?

 

Messi y Cristiano, Cristiano y Messi. A estos dos parece haberse reducido la liga española, la cual por cierto ya ha perdido hasta su nombre por uno que me ahorraré por repulsivo. ¿Existe algún sector en el que los hombres de negro no hayan metido sus sucios billetes? Ahora todo son spots de multinacionales, sonrisas bajo los flashes y alfombras rojas patrocinadas por el sector financiero. Mientras tanto, el peso del fútbol recae en los de siempre: en los aficionados que tienen que lidiar con unos horarios imposibles de compaginar con sus vidas y además con unos precios prohibitivos que dejan desiertos, en lugar de estadios. El día que murió el fútbol ni la hinchada más eufórica de este país se atrevió a articular palabra, era el principio del fin del deporte rey tal y como lo conocíamos.

 

Recuerdo llegar a casa exhausto de entrenar, ya entrada la noche, y encender la televisión para ponerme al día de lo que sucedía en los coliseos de toda Europa. Los medios de comunicación tenían cosas más importantes de las que hablar que del peinado de CR7 y de las vomitonas de Messi. Hoy en cambio somos testigos de una cobertura mediática que ralla lo enfermizo, tan sumamente desequilibrada que supone un desprecio y un maltrato manifiesto al resto de los clubes de la competición. Desde la nostalgia recuerdo el fútbol como un deporte emocionante y terriblemente divertido, gracias a la competitividad encarnizada que existía a cualquier altura de la tabla. Las quinielas eran auténticas loterías, hoy en cambio es triste comprobar lo predecible que se han vuelto las jornadas.

 

Los equipos de abajo sacaban pecho ante un Madrid y un Barcelona, y muchas veces daban la sorpresa tras dejarse la piel y el alma en la hierba. Ahora da gracias si esos mismos clubes a la media hora no tienen ya un par de balones bajo su red, dado que por desgracia es insalvable la brecha que se ha abierto entre los equipos de este país. Además el mercado de fichajes ha dejado de ser el último consuelo de muchos clubes menores, que tan sólo aspiran a evitar que aquellos jugadores que despuntan en sus filas salgan por patas a otros clubes más solventes. Es este nuevo fútbol de plástico, agónico y desequilibrado, el que no hace más que entristecerme cuando lo contemplo.

 

El día que murió el fútbol se llevó consigo una parte de mí, y estoy convencido de que también se llevó una parte importante de ti.

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